Introducción
El surgimiento y uso de los antibióticos y la acción del lavado de manos, son dos de los
adelantos que más han reducido la morbilidad y mortalidad en la historia de la humanidad
(1). La exposición a antimicrobianos remonta a épocas antiguas, como lo evidencian los
rastros de tetraciclina, encontrados en restos óseos de humanos que datan de la Nubia
sudanesa 350–550 dC (2); otro ejemplo interesante, es el hallazgo de una potente molécula
utilizada para el tratamiento de la malaria, el qinghaosu (artemisinina), que fue extraída en
1970 de la Artemisia, una planta usada por la cultura china como medicamento para
diferentes enfermedades (3). El uso indiscriminado de estas moléculas de forma reciente ha
contribuido de manera exponencial al incremento de la resistencia a antimicrobianos, siendo
ésta una problemática de salud pública mundial. Aunque la amenaza más preocupante es
acerca de los antibióticos, se conoce en la actualidad una angustiante disminución de la
acción de antifúngicos, antiparasitarios y antivirales (4).
Desde mediados del siglo XX, han surgido diferentes grupos de medicamentos; uno de los
que ha causado mejor impacto por su amplio espectro de acción, es el de las
cefalosporinas, cuya tercera, cuarta y quinta generación, fueron utilizadas con éxito en el
ambiente hospitalario (5). Sin embargo, en los últimos años se ha documentado una
reducción en la susceptibilidad de los microorganismos a éste grupo de fármacos, como es
el caso de las enterobacterias. Chávez M. Et.al. en Colombia, describió en infecciones
nosocomiales, una resistencia a cefalosporinas de tercera y cuarta generación, aztreonam y
a los inhibidores de β-lactamasas en aislamientos de Echerichia coli, Pseudomonas
aeruginosa, Enterobacter cloacae, Citrobacter freundii, Morganella morganii y Klebsiella
pneumoniae, lo que sugirió la aparición de las betalactamasas de espectro extendido
(BLEE) y fue relacionado con el uso indiscriminado de antibióticos en el ambiente
intrahospitalario (6).
Pero el mal uso de antimicrobianos que condiciona la alta resistencia a los mismos, es una
tragedia que deriva no sólo del ámbito hospitalario, sino del ambulatorio; éste último, incluye
el ambiente comunitario, los animales, granjas y lugares de acuicultura; convirtiéndose éstos
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entornos en reservorios para microorganismos con genes de resistencia (7). En Colombia,
se han encontrado residuos de gentamicina, ivermectina, estreptomicina, neomicina y
albendazol en alimentos de producción pecuaria para consumo humano, derivados de aves,
porcinos y bovinos (8). Algunas tetraciclinas y la estreptomicina, son utilizadas para el
cuidado de plantas de frutas y los antifúngicos azoles para el tratamiento de infecciones, por
ejemplo en las plantaciones de trigo (9). En nuestro medio se ha identificado resistencia a
los azoles, posiblemente en relación con el uso de éstos antimicrobianos en plantaciones de
flores (10).
El impacto actual del uso no racional de antimicrobianos y la incontenible resistencia a
antibióticos condiciona mayor morbilidad, mortalidad y costos. Para el 2050 se estima que
las muertes humanas a causa de éste fenómeno, será de 10 millones (11). En pacientes
críticos con bacteremia por Staphylococcus aureus meticilino-resistente, se encontró en
Colombia, una estancia hospitalaria más prolongada vs los pacientes con aislamientos
sensibles y un incremento en la mortalidad cuando el tratamiento fue inapropiado (12).
El uso adecuado de antimicrobianos se encuentra ligado a la problemática de las
infecciones asociadas a la atención en salud (IAAS), las cuales son eventos que ocurren por
primera vez, 48 horas o más después del inicio de la hospitalización o en los 30 días
siguientes a la atención médica, y son las complicaciones más habituales de la atención
intrahospitalaria en Estados Unidos. Éstas son causadas frecuentemente por gérmenes
multi-resistentes, los cuales se encuentran ligados al consumo indiscriminado de
antibióticos, y la localización más común, hasta un 40%, es el tracto urinario relacionado con
el uso de dispositivos (13).
El impacto económico de la resistencia a antibióticos y de las IAAS, es gigantesco. Roberts
R. et.al. reportó que los costos médicos relacionados con infecciones asociadas a
resistencia a antimicrobianos, osciló entre US$18,588 y US$29,069 y los costos sociales
entre US$10.7 – US$15.0 millones, en un hospital en Estados Unidos; y describió un
aumento anual de los costos globales del manejo de infecciones bacterianas de US$20
billones, con un hallazgo de pérdida de US$25 billones por disminución en la productividad y
de US$8 billones por cuenta de los días de estancia hospitalaria que se incrementaron por
IAAS (14). Recientemente, Shrestha P, et.al. encontró que el costo económico total de la
resistencia a antimicrobianos por S. aureus, E. coli, K. pneumoniae, Acinetobacter baumanii
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y P. aeruginosa fue de $0.5 mil millones en Tailandia y $2.9 mil millones en Estados Unidos
(15).
Los datos sobre la carga económica de las IAAS, del consumo inadecuado de antibióticos y
de su resistencia, en Latinoamérica son escasos. En Colombia, se describió un incremento
en los costos de la atención en salud, de pacientes con bacteriemia por S. Aureus meticilinoresistente, dados por una mayor estancia en cuidados intensivos, los antibióticos per se, los
líquidos de uso parenteral, los paraclínicos de laboratorio y la necesidad de más terapia
respiratoria (16).
Urge el desarrollo de estrategias de optimización de uso de antimicrobianos en los
diferentes escenarios de la atención en salud, que incluyen: el hospitalario, las unidades de
cuidado crónico y de ventilación mecánica crónica, en éstas últimas, también se ha
encontrado que las intervenciones para uso adecuado de antibióticos, han disminuido el
consumo de los mismos, el tratamiento de la bacteriuria asintomática y la solicitud de
cultivos no apropiada (17).
